En la primera mitad del siglo XX, hubo una hermosa mujer blanca de oscuros rizos largos y bien cachetona a la que llamaban «La Reina del Puerto». Vivía en Ciudad de La Libertad, El Salvador, y como para hacerle tributo al nombre del lugar, ella era de tener los «huevos» para entrar a las cantinas y competir con los marineros gringos en la empinada de tragos. Tanto le gustaba el mar, que un día agarró camino….
Su nombre era Carmela y tenía 15 años cuando se enteró de que su verdadera madre era la vecina de enfrente: Francisca Cruz, quien la había entregado tras parirla siendo a penas una adolescente que intentaba mantenerse con la costura, pero sin lo suficiente para criarla, ya que estaba completamente sola, sin ni siquiera una madre que pudiera guiarla.
La adoptante vecina tenía la mala suerte de no poder procrear aún estando en pareja y le pidió a la niña a Francisca para criarla. Pero luego de varios años en que Francisca, tras afianzar el oficio de sastre y seguir sola, le llevaba muñecas de trapo a Carmela como regalo de cumpleaños… Carmela, sin saber la verdad, a sus plenos 15 años la despreció exclamando «-mamá, ¿por qué esta señora siempre me trae muñecas de trapo, si yo tengo las mejores muñecas de porcelana que vos me comprás?». Su madre adoptiva, un poco cansada de la adolescente respondió: «-porque ella es tu verdadera madre y vos sos una altanera de mierda. ¡Señora, si usted la quiere, llévesela, yo ya no la quiero, es una jodida»
Francisca había crecido, ya era sastre de oficio, había montado un taller de costura, tenía a su cargo varias muchachas y también tenía una pequeña bebé, Clarita Luz, mi abuela. Francisca muy animada le dijo a su vecina «sí, deme a la niña, yo con gusto la recibo».
Pero Carmela, llena de odio, confusión y frustración huyó primero a Honduras y luego al puerto. Fue así como se convirtió en la famosa «Reina del puerto» de aquel Puerto de La Libertad, en El Salvador. Consiguió empleo en cruceros y vivió muchos años recopilando pasajeros por años en aquellos viajes.
De Ecuador se trajo algunas historias y un disco de este dúo de señores elegantes.
https://www.youtube.com/watch?v=s3k8ZgiaDoA
Carmela nunca quiso ser cotidiana; dicen que era de signo Cáncer, pero de maternal y casera nunca tuvo nada. Olvidó un hijo en Honduras cuando su primer marido, al que mi madre llamaba «Manano» moría temprano y luego perdería un gran amor del extranjero entre tanto viaje. Los dolores se le iban lavando con las inacaparables aguas del océano.
Pero…. cuando mi mamá preguntó eso yo respondí con seriedad, sabiendo la rontunda verdad, creyendo que era buena, que había algún detalle que yo sabía y que podía resolver toda la penosa situación
-¡Iris!, ¿qué es lo que te da de comer la Mamatita?!»
-¡MUCHAS COSAS!
-¿Qué cosas?
-¡Chicles, caramelos, dulces, chocolates!
-….Mamatita, se va a tener que ir de esta casa…
-¡nooo!, ¿por qué? No logré entender nada. Pero Mamatita no dejó de decirme, cada vez que me veía, que todo lo de ella era mío.
La vi empacando al día siguiente, cuando todos hablaban mal de ella. Le pregunté en su cuarto a dónde se iba y me dijo que al lugar que le correspondía a los viejos, al asilo municipal Sara.
«Nadie la quería», o al menos eso decían quienes la conocían por sangre, «porque no tenía amigos, solo historias de viajes», y porque aunque era signo Cáncer, nunca supo cuidar a nadie.
Aproximadamente a mis 10 años empecé a preguntar qué era «todo» a lo que ella se refería con lo que me iba a dejar, pues, en casa de mi abuela había algunos muñequitos de tela que estaban en una vitrina y mi abuelita decía «Carmela dijo que estos van a ser tuyos cuando se muera pero ahorita están acá en esta vitrina», y yo guardando silencio, porque no quería que se muriera Mamatita, un día pregunté a mi abuelita Clarita ¿qué tanto era ese tal «TODO» que ella tanto mencionaba?. Mi abuelita me sacó del asilo, agarrando mi brazo muy molesta, para decirme con tremendo odio que «todo» era NADA, «por puta y libertina», que ni las sábanas eran de ella, solo unos cuantos cachibaches que andaba en una maleta, su tal «todo» eran pura basura.Carmela murió un día de pie, durante el almuerzo en el asilo. Dicen que se paró como para decir algo, que todos la vieron con atención y ¡chán!, cayó de espaldas, bien derechita. La historia de los ancianos testigos me hizo recordar una de sus historias animadas de competencias de chupi con los marines que tanto contaba, cuando le ganó a un círculo de marineros y dijo haber caído de la misma forma antes de dar las gracias por su galardón. «Nadie» en casa quiso acompañar a mi abuela a retirar el cuerpo muerto, pero yo sí: quería ver el cofre (la maleta) con «todo» lo que atesoraba y prometía dejarme. En él había una peineta, unas agujas de crochet, unas pisteritas de seda bordadas, un perrito artesanal de cuero, unos aritos de presión, maquillaje petrificado bastante verdoso, un par de discos y mucho papel escrito a mano.La última vez que la vieron fue en un sueño, cuando se le apareció a mi abuela diciéndole «Clarita, ayudame… acá donde estoy se me mojan los pies». Mi hermana y mi mamá dijeron que era solo un sueño absurdo sin razón y tampoco quisieron ir a verla.
Fuimos a «buscarla» con mi abuelita al cementerio, ¡pero ya no estaba!; había sido profanada.
Probablemente el mar la reclamó para seguir reinando sobre las aguas. O eso dijo mi abuela. Ella creyó que la sacaron para hacer algún ritual en el mar, algo usual en mi país.