Cerca de fines de 1989, una tarde soleada mi madre nos pidió ir a comprar tortillas para el almuerzo. Amarró como usualmente hacía, unas bolsas blancas a unos ramas y nos dijo: «Cuando vean a los soldados, háganle así a las banderitas y sonrían contentas». Mi hermana y yo nos despedimos de mami. Había que bajar una lomita a unos 400 metros de casa para ir donde una señora que hacía a leña las tortillas, con el uso de unos cilindros de diesel. Las llamas subían hasta una lámina plana donde colocaba amorosamente las plastitas circulares, formadas de maíz crudo recién amasado. Algunas niñas le ayudaban… todas, como nosotras, con cara de no habernos bañado, por la falta evidente del preciado líquido. El trayecto hacia nuestro diario destino era el mismo, pero ese día, la tombilla (canasto de telgopor, poliestireno o «durapax») se convirtió para mí en un objeto protagónico de esta inolvidable historia. Recuerdo haber pasado por un tiradero de basura custodiado por muchos uniformados, ver un basurerito entero y decirle a mi hermana: -«Mirá qué bonito, llevémosle a mi abuelita» y ella me dijo: -«NO, DEJÁ, NO SEÁS SUCIA, VÁMONOS». Dijo: -«Dale, mové la bandera que allí están». Y eso hice. Los hombres vestidos de verde oliva nos miraban… eran demasiados… Creo que más de lo usual, pero yo me reía, quería parecerles tierna para quitarles tanta seriedad del rostro, para que no nos hicieran daño…. Mi hermana me seguía apurando, asustada. Bajamos la lomita, llegamos a pedir las tortillas. Esperamos un momento…. iban saliendo calientitas por orden de pedido. En ese lugar solo habíamos niños de entre 8 y 12 años aunque creo haber sido la menor de todas, pues iba acompañada de mi hermana grande. La anciana tortillera nos colocó en orden el pedido, lo envolvió cuidadosamente en la mantita y lo metió en la tombilla. Mi hermana la tapó. Yo iba al lado de ella todo el tiempo… como un bufón que quería o creía que podía evitar el peligro máximo (violación) para ella.. quizás, al menos, por piedad y por ser de poco interés para los soldados. Debo aclarar que no es que yo haya sido muy tonta y no haya imaginado el peligro o la probable explosión de alguna mina, sino que… mi luna en sagitario, optimista, super optimista y siempre optimista… no se permitía creer que algo como eso podría ser merecido, pero en mi corazón estaba la sensación de que por mí, acompañada de mí, jamás a nadie podía pasarle nada malo, aunque fuera pequeña y aparentemente más inútil. Subimos de vuelta la lomita y nos enredamos en unos alambres de púas que intuyo, eran trampas para guerrilleros. Al tropezarme yo, me pasé llevando a mi hermana que venía a mi lado. En ese mismo instante, el viento tropical del pacifico sopló con gran impulso la tapa de la tombilla… algo que para un corazón como el mío resultó ser demasiado divertido… o, tal vez, solo motivo para quitarle la cara de culo y horror a mi hermana, así que a pesar de estar enredadas, tratando de levantarnos, de no seguir resbalando hacia abajo, quitarnos los alambres y no rayar a la otra por ósmosis (¡?), se me ocurrió decir: -«Mirá, un platillo volador» sentido del humor que ella jamás entendería que de mi parte era con intenciones ganadoras o cariñosas y no ingenuas, poco empáticas, insensibles u ofensivas, y aunque lo quise alcanzar, la caída nos estaba llevando al caos. El llanto de mi hermana era imparable, y yo le decía, nomás pude escapar de la trampa: -«Voy a traer el freezbee» y ella no dejaba de buscar desesperada, una por una las tortillas voladoras que yacían entre la tierra y el pasto. Cuando me vio corriendo gritó: -«¡¡VENÍII!!», pero mi persecución de la tapa era más importante en ese momento, no por el juego, sino porque creía que si estábamos recogiendo las tortillas, había que cumplir a cabalidad el pedido de mi perfeccionista madre y hacer como si no había pasado nada. La tapa no podía desaparecer. «DEJALAAA, VÁMONOS». La rescaté. 🙂 Ella lloraba y repetía: -«mi mami nos va a pegar, mi mami nos va a pegar» y yo no sabía muy bien si batir mi banderita blanca, preocuparme porque ella no llevaba la suya, decirle otra cosa chistosa para hacerla olvidar o recordarle que antes de entrar a casa, para evitar el castigo, debíamos limpiar más las tortillas, para evitar la ira pro pulcritud materna. Entramos corriendo, mi mami nos miró e inmediatamente se asustó, llorando cuando nos vio llenas de tierra y sangre… nos preguntó qué había sucedido y no pudimos hablar… yo también lloré porque recién me enteraba que estaba sangrando de las rodillas y me dolía mucho. No tengo la mejor comunicación con mi hermana pero cada vez que recordaba a las tortillas voladoras o el platillo volador, ella me reprochaba , llena de odio, por tener aún aquellas cicatrices y haberme reído; por no poderse olvidar cada vez que se miraba las piernas. Yo también tengo dos cicatrices, pero trato de alejarme del horror y reparar la pena. […]