Se llama al acaloramiento local con los ojos entreabiertos cabalgándosele en el entrepelo enredado, o los remolinos de las sienes. Fulguran raudos los ojos fulminantes chocando y rebotando por los techos y paredes de aquel amplio cúbico, y vagos, se nos pierden en la bruma solecida (o siendo sólo) lámpara roja en oscuridad sin luna y sin espacio relámpagos de sulfúrico incendio. Se han ido los ojos para no vernos lamer diminutos seres doblando la memoria. […]