Se llama al acaloramiento local
con los ojos entreabiertos
cabalgándosele
en el entrepelo enredado,
o los remolinos de las sienes.
Fulguran raudos los ojos
fulminantes
chocando y rebotando
por los techos y paredes de aquel amplio cúbico,
y vagos,
se nos pierden en la bruma
solecida
(o siendo sólo) lámpara roja
en oscuridad sin luna y sin espacio
relámpagos de sulfúrico incendio.
Se han ido los ojos para no vernos lamer diminutos seres doblando la memoria.
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