Tenía en la frente alitas de mariposa
y la voz como arpa acualáctica.
Miraba con ojos maravillados
verde clarito en diagonales rayos
desiluminados por humildad y mentiritas
y luego se reía imaginando cosas del aire
o leyéndose a Unamundo.
Se movía como pluma fructuosa, apenas
y caía al piso, tan suavecito
él, (no el piso).
Y así hacía mover ondas invisibles
indecifrables,
que no puedo explicar todo lo qué lograba con sus longitudes
albas blancas ya perdidas
como pétalos o antenas
quizás
como listones que susurraron a oquedades.
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Imagen: El Mercurio de Pierre et Gilles
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