Cafe con Mistica

Chocolatada para las 7:20

Una cita no programada

La piel del rostro en pleno deshoje iba marcándole la forma del cráneo en aquella laberíntica espera.
La mujer del cacao movía la cucharita centrípetamente (a la inversa del reloj) para evitar el desbordamiento y la huella mientras se diluía a sí misma sin tanto afán.
Hacía un canto largo a las piedras de vez en cuando y marcaba el pasar del tiempo en los segundos previos a la hora que creía haber calculado. Con su cara nixtamalizada preparaba el ataúd bermellón ajustándole las rueditas para volver a salir a pasear como cada domingo, a darle vueltas a la plaza mientras tomaba sorbitos de la amarga pócima, negándose a regalar un trago a los transeúntes que miraban sin entender ni pedir explicación.

Hasta que el ataúd se detuvo. Ella pensó que debía descender al profundo manto inferior terrestre para conseguirle combustible al ataúd.

Se acercó entonces al gran monumento de la plaza (de la Intendencia), y debajo de la memoria de históricos muertos estaba sentado un ser de maní con el sombrero tallado a viva mano con símbolos textualmente visibles y/o textilmente explícitos.
Lo más extraño era que ayer un Taíno había profetizado la rotunda y eterna condena de la mujer a viajar con en ataúd, y que lo único posible era adornarlo con flores para disfrutarlas antes de su funeral, velándose al aire libre para ventilar la madera. La idea parecía ser que ella dejara de sentir sus piernas y de imaginar el endulzamiento que podía otorgar la mantequilla de maní, para únicamente rodar en el mismo ciclo de siempre que ya conocía. El misterioso cacahuete relativizó todo y ella entendió la utilidad de la cal viva, el amargo cacao y la ceniza que la conformaba hacía ya un tiempo: materiales precisos y necesarios para la celebración de la ofrenda a la legendaria cueva de su pueblo centroamericano; en la que se cuenta que aparecían tamales calientitos para celebrarle la muerte y el nacimiento a los otros, pues uno nunca está del todo vivo en esos dos momentos y quienes comen siempre han sido los otros, o sea, celebrarse a sí mismo es más difícil.

Aún queda piel.
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